viernes, 14 de agosto de 2009

En una palabra

Corto Malté de Hugo PrattMi entorno más cercano me lo afea y los amigos no entienden como, siendo yo funcionario, no desconecto del trabajo nada más salir y mantengo el móvil y el correo abierto siguiendo temas incluso en vacaciones.

Debe haber una razón genética o tal vez se de por generación espontánea. Tampoco es una cuestión fruto de profundas reflexiones sino que me ha salido así toda la vida.

Pude optar por la empresa privada cuando tuve ocasión y jugosas ofertas pero decidí permanecer en esto de la cosa pública.

Me gusta la vida de provincias. Las grandes ciudades están bien para visitarlas, hacer compras, ir a espectáculo y volver a casa.

Casi todo mi entorno infantil era del Madrid. Yo del puñetero Atleti. Ni siquiera puedo preguntarle a mi padre por qué somos del atleti por que él es merengón.

No me van las camisetas con cocodrilos y caballos, me gustan las decoradas con dibujos animados, de la Warner nunca de Disney. El Correcaminos es simpático pero el que mola es el Coyote. De pequeño quería trabajar en la ACME y diseñar artefactos de difícil justificación mercantil.

Luego llegó la etapa de los comics ¿La Marvel? ¡No, por dios! Corto Maltés y el Teniente Blueberry, con ligeras concesiones a Ásterix y Conan el Bárbaro.

¿Los Beatles o los Rolling? Los Ramones y los Clash, moderados por Elvis Costello, Diana Krall o, más recientemente, Norah Jones.

Cuando era joven Mecano arrasaba. Nunca fui a ningún concierto suyo pero no me perdía uno de Siniestro Total.

Me pasa también en las bebidas, podrían gustarme los exquisitos vinos de Rueda o de las Tierras de Castilla sin embargo soy más de la prosaica y mucho menos literaria cerveza.

Hasta ahora a mi me gustaba presumir de no ser mayoritario pero, estos días de asueto, con su clarividencia juvenil mi hija lo ha definido con una palabra y en casi perfecto inglés: “Daddy, eres un loser”.

jueves, 6 de agosto de 2009

Síndrome de Estocolmo playero

No tengo a mano la Wikipedia pero, si no recuerdo mal, el síndrome de Estocolmo es ese que sufren los secuestrados y que despierta un sentimiento de simpatía y de justificación de éstos hacia sus captores.

En la playa se da una vertiente de esta patología psicológica. No se trata en sí de un secuestro propiamente dicho, al menos no en su sentido más físico.

Su manifestación más obvia se da en la cantidad de padres que, ausentes ya de hijo, continúan haciendo maravillosos castillos de arena. La escena suele empezar con la insistencia de la criatura “Papá, vamos a hacer un castillo” reiterado hasta la enésima potencia, lanzado como cuchillas afiladas hacia lo más profundo de nuestra conciencia.

El progenitor suele dudar y se resiste al principio a levantarse de su posición de lectura bajo la sombrilla. Pero el chantaje emocional es fuerte y nadie puede dejar de ser un buen padre y, ya puestos, a ser el mejor, al menos el mejor de la playa y no como ese pringao de tres metros más allá que está haciendo una chapuza de mierda.

Picados, a los padres nos sale la vena gaudisiana y nos ponemos ha hacer una obra maestra de planta ya no cuadrada, sino octogonal. Torres, almenas y churritos dejando caer arena mojada que decoran muy artísticamente.

A todo esto los chavales, como críos que son, una vez captada la atención paterna y pasados los cinco primeros minutos abandonan la tarea para jugar a otra cosa con el niño del arquitecto rival, eso sí sin decir nada a su víctima.

Tras el alarde artístico, el orgulloso pater familias levanta la cabeza intentado ver reconocimiento mundial a su inacabada pero bien orientada obra. En ese momento se da cuenta de que es libre, que ya no tiene captores y que puede abandonar su obra ignorada por todo el resto de la población playera. Es un momento de desconcierto. En un intento inútil intenta llamar la atención de su captor. Es ignorado, si a caso un leve “está bien, que bonito, adiós”.

Es el momento de una retirada discreta, maldiciendo por lo bajini. Unos dicen “cagontó, me la ha vuelto a jugar” otros sin embargo siguen con su síndrome “con lo bien que me estaba quedando”.

miércoles, 5 de agosto de 2009

La versatilidad de un bikini

Desde la simplicidad masculina se tiende a pensar que un bikini es una pieza diseñada para el baño y punto. Craso error. Un bikini es una pieza versátil que se lleva de distinta forma en función de la posición del cuerpo de la usuaria con respecto al sol.

Para apoyar mi tesis lo ilustraré en un caso de estudio que he observado esta mañana. La chica era de esas de moreno de anuncio de “Sun bruin” y el bikini amarillo limón de esos tipo triángulos que se anudan en la nuca. Esa es la posición de partida, es decir, como llega la chica a su puesto playero.

Cuando la chica se tumba boca arriba las dos pieza sufren su primera transformación. La cinturilla se baja y se quita el nudo de la espalda, el superior el otro queda como línea base, dejando los cordones sobre los triángulos pectorales para evitar el corte superior y poder lucir escotes palabra de honor.

Al sentarse esta posición se combina atando las tirillas a la espalda, en dos líneas paralelas, para lograr el mismo efecto en el dorado sin mostrar más de lo deseado por la usuaria. Probablemente la diseñadora de la prenda pondría el grito en el cielo al ver el destrozo en su obra, sin embargo la pieza se sujeta mientras la chica se sienta de cara al sol apoyándose con las manos extendidas hacia atrás y las rodillas flexionadas.

Como el sol pica hay que levantarse a darse un chapuzón y en ese momento la pieza se vuelve a transformar. Esta vez las tiras se pasan por los hombros para atarse por la espalda a la tira base. Como el típico bañador de tiririllas, aunque no lo sea. Realmente no tengo claro que función tiene esta posición ni las ventajas que pueda tener frente al diseño original pero la uniformidad del bronceado que presenta nuestro caso de estudio demuestra que da sus resultados.

Boca abajo las tiras se desanudan y el triángulo inferior se minimiza extraordinariamente.

Todas estas modificaciones se hacen con una asombrosa habilidad sin dejar entrever apenas esos recovecos que demuestran que la chica era originariamente de raza blanca, incluso aria.

No obstante, en estos casos a mi siempre me dan ganas de gritar aquello de ¡Haga top-less, señora!

lunes, 3 de agosto de 2009

Siempre hay clases

Incluso en bikini hay gente cuya presencia denota ese porte difícil de explicar que se  llama clase. Es una cierta forma de andar, de moverse, de estar. Y pasa mucho más en las playas del Cantábrico que en las mediterráneas. Miran con esa superioridad que transmite que no eres de los suyos.

Eso que yo llevo mi bañador de Corto Maltés, de diseño de hace dos temporadas por lo menos y comprado en unas rebajas de esas de dos por uno y precio de saldo y eso, esta gente, lo nota. Ella lleva un vestido vaporoso, de esos de amebas, con la trasparencia sutil, nada grosera, con esa manga especial que no es ni corta ni larga y que acaba entre el codo y la muñeca.

Igual es mi tipo curvilíneo muy alejado de su figura estilizada. Mi corte de pelo a máquina tan distinto de la coleta perfectamente encajada sin un pelo fuera de su sitio. Su moreno es dorado, de esos playeros con tono brillante sin llegar a ser marrón quemado. Mi color es cetrino, moreno negro manchego mate, sin brillo alguno.

Los complementos también nos diferencian. Ella dos ligeras pulseras, una en la muñeca y otra tobillera, finas que decoran pero no se ven. Yo una gorra de propaganda, no es una empresa muy conocida, podría pasar por un logo de esos de diseño que no significan nada, salvo para los expertos en software o los detectores de vulgaridades.

Ella camina levitando sobre la arena, yo me hundo pesadamente. Su silla playera apenas roza la superficie, la mía se entierra desequilibrada.

Sólo me ha mirado de soslayo, no le gusto. No soy de su clase. O eso o no le gusta el “Rock on the beach” de los Ramones que tengo puesto a todo trapo.