No tengo a mano la Wikipedia pero, si no recuerdo mal, el síndrome de Estocolmo es ese que sufren los secuestrados y que despierta un sentimiento de simpatía y de justificación de éstos hacia sus captores.
En la playa se da una vertiente de esta patología psicológica. No se trata en sí de un secuestro propiamente dicho, al menos no en su sentido más físico.
Su manifestación más obvia se da en la cantidad de padres que, ausentes ya de hijo, continúan haciendo maravillosos castillos de arena. La escena suele empezar con la insistencia de la criatura “Papá, vamos a hacer un castillo” reiterado hasta la enésima potencia, lanzado como cuchillas afiladas hacia lo más profundo de nuestra conciencia.
El progenitor suele dudar y se resiste al principio a levantarse de su posición de lectura bajo la sombrilla. Pero el chantaje emocional es fuerte y nadie puede dejar de ser un buen padre y, ya puestos, a ser el mejor, al menos el mejor de la playa y no como ese pringao de tres metros más allá que está haciendo una chapuza de mierda.
Picados, a los padres nos sale la vena gaudisiana y nos ponemos ha hacer una obra maestra de planta ya no cuadrada, sino octogonal. Torres, almenas y churritos dejando caer arena mojada que decoran muy artísticamente.
A todo esto los chavales, como críos que son, una vez captada la atención paterna y pasados los cinco primeros minutos abandonan la tarea para jugar a otra cosa con el niño del arquitecto rival, eso sí sin decir nada a su víctima.
Tras el alarde artístico, el orgulloso pater familias levanta la cabeza intentado ver reconocimiento mundial a su inacabada pero bien orientada obra. En ese momento se da cuenta de que es libre, que ya no tiene captores y que puede abandonar su obra ignorada por todo el resto de la población playera. Es un momento de desconcierto. En un intento inútil intenta llamar la atención de su captor. Es ignorado, si a caso un leve “está bien, que bonito, adiós”.
Es el momento de una retirada discreta, maldiciendo por lo bajini. Unos dicen “cagontó, me la ha vuelto a jugar” otros sin embargo siguen con su síndrome “con lo bien que me estaba quedando”.
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