viernes, 28 de noviembre de 2008

El oficio de puta

En una ciudad pequeña como la mía, la presencia de una meretriz siempre resulta turbadora. Más fue el caso cuando la señorita en cuestión le dio por ubicarse debajo de una sombrilla horrorosa, hecho que ya comenté ampliamente en el plurk en junio pasado.

Afortunadamente la benemérita hizo retirar inmediatamente la sombrilla, más que por las cuestiones estéticas que nos preocupaban a los vecinos por que estaba atada a una señal de tráfico.

Aliviados por la ausencia de impacto visual empezamos a hacer a puesta de cuánto iba a durar en el puesto. Bueno eso los vecinos que no estábamos escandalizados sino entretenidos con la novedad.

Tras los cambios y dudas iniciales sobre su ubicación más efectiva, ya van 6 meses con el chiringuito montado y es un plazo mucho mayor de lo que nos podíamos imaginar. Y no sólo eso, han ampliado el negocio, en estos tiempos de crisis es de las pocas empresas que parecen prosperar. Ahora ya son tres chicas las que rotan en turnos y, a veces, se acompañan mutuamente.

Mientras duró el buen tiempo se podía considerar hasta cierto punto razonable su permanencia en el inhóspito puesto de trabajo pero ahora que llegan los fríos lo suyo tiene mucho mérito. Estar en una rotonda sin protección ni cubierta alguna a una máxima de 5º que hemos tenido hoy tiene muchos bemoles.

Alejándonos del aspecto folclórico del asunto nos surgió una pregunta clave. La de puta ¿es una profesión digna?

He defendido que la dignidad viene dada por la libre elección y la definición de la wikipedia apoya esta argumentación:

La dignidad, de ser un atributo exclusivo del ser humano, ha de descansar en su racionalidad (al menos, en un grado de racionalidad superior al del resto de los animales) y la potencialidad de ésta para hacer a la persona autora de su vida mediante la toma de decisiones (esto es: el ejercicio de su libertad) La dignidad equivale así a autonomía, como vieron ya Pico y Kant.

Por tanto, de no mediar explotación, extorsión o cualquier otro tipo de violencia, el oficio de prostituta es tan digno como cualquier otro y el rechazo mayoritario que produce su ejercicio se debe a herencias morales de nuestra cultura judeo-cristiana.

Pero esta dignidad debe venir acompañada por una regulación del ejercicio de esta profesión, como cualquier otra que tiene importantes implicaciones para la salud y con las mínimas exigencias que el decoro público exige.

Las mujeres que deciden, insisto que por voluntad propia, cobrar por el uso de su cuerpo deberían pagar impuesto de actividad, seguridad social, mutuas, IVA, etc. Deberían establecerse condiciones de salubridad y decoro de prestación del servicio, etcétera, etcétera.

Otra cosa sería determinar si el ejercicio de la actividad tiene sentido. No comprendo la limitación del acto sexual a un puro desfogue animaloide obviando toda la parafernalia de coqueteo y seducción que tiene una relación afectiva, por efímera que sea.

Pero allá cada uno. Además, como decía el filósofo popular, “no digas nunca de este agua no beberé ni este cura no es mi padre

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