Cada vez que escucho a Rosa María García me dan ganas de salir corriendo a formatear mi Molinux y machacarlo con un Vista que es un “software hecho para mejorar mi estilo de vida”.
Y es que esta mujer está donde está por algo. Su mensaje es claro y contundente, lo trasmite con pasión y llega con mucha facilidad y habla de tecnología en su justa dosis. Siempre centra sus intervenciones en las personas y lo hace de forma sincera, con una actitud alegre y cariñosa.
Esta mañana en su entrevista en A vivir de la cadena SER ha estado hablando de varias cosas interesantes pero lo que más me ha llamado la atención es su explicación de la motivación del personal en estos tiempos de zozobra. Y lo ha hecho destacando la necesidad de evitar los ausentes emocionales de las empresas definiéndolos como esas personas que se sientan delante de su ordenador y se comportan como agujeros sin conexión ni con la compañía, ni con su función, ni con sus clientes.
Algunas de las medidas que los directivos deben promover en este sentido son fomentar la responsabilidad de los empleados, fijando el trabajo por objetivos y revisando los cumplimientos y facilitar el ambiente de trabajo, las condiciones de los puestos y la flexibilidad en el desempeño. Me consta que hay entidades públicas que están trabajando desde hace tiempo en ese sentido.
Curiosamente en la administración en la que trabajo las primeras medidas de austeridad que se han tomado con motivo de la crisis consisten en limitar el consumo de agua de los empleados públicos y añadir trámites a la gestión desde una perspectiva absolutamente burocrática sin consultar ni menos pedir participación de los órganos cercanos a la gestión.
Y no es que no haya que gestionar bien los gastos corrientes pero eso no una necesidad surgida en tiempos de crisis, eso es un principio básico del funcionamiento normal de cualquier organización.
Según cuentan no es un mal único de esta administración y parece que al AGE también está inmersa en estas medidas que son el chocolate del loro. En términos cuantitativos sería mucho más eficaz comprobar la utilidad social REAL de las ayudas y subvenciones que se conceden, midiendo no sólo que haya facturas que justifiquen los gastos subvencionados sino indicadores de impacto de en qué medida han ayudado esos fondos públicos a la mejora del tejido productivo, en un sentido amplio.
Parece ser que en estos tiempos de vacas flacas nuestros dirigentes dejan de mirarse el ombligo y descubren con sorpresa que entre los empleados públicos existen ausentes emocionales, no tantos como sostiene Forges pero los hay, y en lugar de establecer las condiciones para que cada uno pueda asumir su cuota de responsabilidad e implicación resulta más fácil mirar a la botella del agua y mover muchos más papeles.
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